La violencia nos genera impacto, nos afecta, nos vuelve violentxs y nos hace daño. Una profesora me dijo una vez, con mucha sabiduría, que el problema de la violencia radicaba en el varón, ya que tanto quienes ejercían como recibían mayor violencia, eran los varones. Y claro, toda esa violencia acumulada desde las masculinidades, nos llegaba a las mujeres en forma de violencia simbólica, laboral, económica, y física, sólo por el hecho de ser mujeres, porque el patriarcado decidió que éramos inferiores.
Este es un problema que nos afecta a todxs, y es nuestra responsabilidad cambiar nuestro sistema social desde el feminismo, que como bien dijo nuestra constituyente Constanza Schönhaut “El feminismo no representa solo la agenda de las mujeres, representa un proyecto de sociedad” y ese proyecto de sociedad, nos pide a gritos que detengamos la violencia patriarcal, partiendo por el piso básico, la violencia física contra la mujer. La violencia femicida, que nos mantiene siempre alerta, cuando frente a nosotras, un hombre se enoja.
Si bien, la violencia legítimamente nos impacta, seguimos con la tendencia como sociedad a minimizarla, justificarla y perdonarla. Por que tenemos un profundo desconocimiento de las graves consecuencias físicas y psicológicas que puede tener para su victima, o a veces solo falta de empatía.
La violencia tiene consecuencias graves en nuestra salud mental, y cuando esta es reiterada en el tiempo, puede generar secuelas de por vida, con las que tendrá que aprender a vivir quien fue victima. Existen, a modo de síntesis, dos tipos de violencia física contra la mujer, la violencia de parte de un hombre desconocido o fuera del circulo de confianza y la violencia intrafamiliar. Ambas tienen consecuencias diferentes para quien sea victima.
La primera, en la mayoría de los casos genera un cuadro de estrés agudo, que, si no se trata, podría transformarse en un estrés post traumático. Ambos tienen como síntomas: no poder dejar de pensar en el trauma, sentir que se está viviendo de nuevo, miedo, sensación de inseguridad, pesadillas, entre otros…
La segunda manifiesta síntomas muy inespecíficos, pudiendo aparecer en algunos casos los mencionados arriba y otros más complejos, como vergüenza por ser victima, culpa, desesperanza, adecuación a la violencia (como forma de sobrevivir) y aumento de la dependencia, por sentirse incapaz, insegura y con miedo.
Pasados los años viviendo situaciones de violencia, siendo denostada y menospreciada por alguien a quien amamos (pareja) nos genera un nivel de daño que nos quita incluso las ganas de luchar. Por que el problema es que a todo esto, que ya es tan difícil de hablar, le agregamos exposición al denunciar, cuestionamientos y criticas que se acompañan de la obsesión de pedir una prueba de que ocurrió violencia, cuando es uno de los delitos más difíciles de probar, ya que si además nos encontramos con una mujer que ha sufrido años de violencia, lo mas probable es que al mínimo cuestionamiento, se retracte y prefiera volver a su forma de vida violenta, porque ya está acostumbrada (síndrome de adecuación al maltrato) y además siente vergüenza. Porque cuando piden pruebas ¿qué esperan? El relato y la sintomatología son las pruebas, especialmente en los casos de violencia crónica, en que pocas veces se alcanza a detectar el daño físico.
Así que vamos cambiando esta sociedad patriarcal y violenta, partiendo por escuchar en silencio cuando alguien nos cuenta lo que está viviendo, preocupándonos de no cuestionar a una mujer, que no ha dejado de ser cuestionada por su agresor en muchos años.
Nota del Editor.
Podemos recomendar que junto con acudir a personas de confianza, autoridades o profesionales, si tienes problemas de autoestima realices algún curso de autoestima o taller que te sea asequible.